Escribo esto a la luz de la luna, a las 00:30 de una noche de julio.
Observando como de manera impasible se suceden las fases del satélite terrestre quien debe de estar contemplando con estupor la deriva humana que ha iniciado su camino a lo que parece una autodestrucción.
Alzo mi mente tratando de analizar que ha sucedido para vernos en esta situación caótica y desbaratada en la que nos hemos sumergido sin beberlo ni comerlo.
Tenemos virus, muchos. Sin duda el más conocido el de la Covid, un virus que no existe más allá del ser humano pero que está siendo utilizado para amordazar sentimientos, relaciones y pensamientos.
Un virus que parece manejado desde una cuerda tirada por los que gobiernan a los títeres en los que nos han convertido.
Pero hay virus que no se ven y que dañan mucho más. Son invisibles materialmente pero mortales.
El virus de la intolerancia, el virus que nos impide pensar de forma diferente a los que se auto proclaman líderes de la bondad humana.
El virus del odio, que se está asentando de una forma cruel viendo como se matan personas sin motivos aparentes o se hunden familias y relaciones personales por una simple conversación con una frase disonante en un contexto de debate inocuo.
El virus de la miseria humana que mueve ideales a los que no les importa aprovechar desgracias para beneficio propio.
El virus del egoísmo y la falta de empatía. Da igual lo que piense la otra persona y lo que pueda pensar la familia de esa persona. Se define al contrario de la forma más mordaz posible para hacer el máximo daño que se pueda a veces solo por autosatisfacción.
El virus del insulto que se ejerce sobre el que no está de acuerdo con lo que puedas pensar y se suelta como prueba de la falta de argumentos para rebatir pensamientos.
Sentaos 5 minutos y pensad en esto. Miraos a vosotros mismos. Cuantas veces contestamos a alguien sin pensar lo que pueda suponer esta respuesta.
Cuantas veces nos lo hacen a nosotros y nos hacen mucho daño.
Y te preguntas si es posible parar esta espiral de violencia que puede llevar a matar a personas solo por no ser como tú quieres que sea o a frenar el odio que se cultiva día a día en los medios de comunicacion y los políticos.
Miro la luna y me surgen muchas dudas de qué se puede aportar a un sistema que parece tan viciado que es imposible transformar en una situación más dúctil que invite a una reversión de la naturaleza humana reinante en estos momentos.
Miro a la luna y no veo solución.
Bajo la mente a la tierra . Caigo de lleno en la maleza crecida alrededor de la miseria establecida y tengo que volver a sacar la daga convertida en palabra para poder buscar la luz antes de que las tinieblas lo invadan todo.
A veces me gustaría ser hijo de la luna y alumbrar el camino de los que se les ha hecho de noche en la vida para que eviten las alimañas que surgen de los rincones más inesperados.
Ya es la una. Cierro los ojos. Voy a soñar que soy libre de pensar lo que quiera sin que por ello se me califique.
Bona nit.