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Faldon som

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La tristeza de un pueblo

 

Ha pasado un mes. Ninguno de los que estamos al otro lado del río nuevo somos capaces de entender lo que sienten nuestros vecinos y amigos del sur de la provincia.

Ninguno de nosotros es capaz de ponerse sus zapatos y saber que es lo que están pasando.

Ha pasado un mes y no vemos un avance propio de un país como debería ser el nuestro.

Desperta día tras día y ver su pueblo así, sus calles así, sus casa destrozadas, es algo que no se puede explicar si no se siente.

Las calles siguen con el suelo lleno de barro endurecido por el tiempo. Los comercios de las calles están cerrados, destrozados, vaciados llenos de suciedad, con las puertas y persianas reventadas.

Cientos, que digo cientos, miles de ilusiones de negocios y comercios de proximidad cerrados, ilusiones puestas con el dinero de su vida invertido para poder dar de comer a la familia que el agua se llevó de un plumazo en apenas una hora.

Entras en estos pueblos y parece que la guerra no ha terminado. Ves a la gente por la calle con la mirada apagada y triste, con el rostro compungido, con el ánimo enterrado en el barranco.

Notas el silencio en unas calles que rezumaban vida y actividad. No hay terrazas, no hay tiendas para comprar, no hay peluquerías, no hay talleres, no hay… de nada.

Coches amontonados en las entradas y en cada rincón de un parque, de un solar o en mitad de la calle como si de la Cuba comunista se tratara.

Un mes después y no hay nada. Un mes después y no hay respuesta de las autoridades más allá de la mínima expresión.

Un mes después se sienten como una herramienta que no importan más allá del rédito político que de su desgracia se pueda obtener.

No les habléis de colores. No les habléis de quien tiene la culpa. A ellos les da igual porque lo que quieren es volver a su vida normal lo ante posible. Pero siguen tristes e indignados porque saben que tan solo la acción voluntaria de miles de españoles que han venido de todos los puntos está permitiendo recuperar un mínimo de esperanza.

Los políticos, unos por incapaces y otros por oportunistas están dando una imagen penosa y mezquina de lo que debería ser una gestión eficaz y efectiva a la hora de auxiliar a los damnificados y ayudar a los necesitados.

Pero lejos de estimular la esperanza, esta patulea de políticos solo pone trabas y más trabas a las posibles salidas de la miseria.

Las escasas ayudas condicionadas a razones ajenas a lo que debería ser algo incondicional y a fondo perdido difunden el desánimo y el pesimismo.

Impotencia es lo que siento y lo que me llega ante una situación terrible en unos pueblos devastados que solo andando por sus calles puedes entender la dimensión de la destroza total.

Tan solo la ayuda constante y desinteresada de la gente del pueblo, de la gente de la calle está mitigando la tremenda tristeza.

Y es que ya lo dijo Antonio Machado en una carta dirigida a su amigo el novelista e hispanista ruso David Vigodski durante la Guerra Civil española:

“En España lo mejor es el pueblo. Por eso la heroica y abnegada defensa de Madrid, que ha asombrado al mundo, a mí me conmueve, pero no me sorprende. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos (nuestros barinas) invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva. En España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo. La demofilia es entre nosotros un deber elementalísimo de gratitud”.

Y es esa gratitud eterna que siempre tendremos a los voluntarios que palas y escobas en manos ayudaron a limpiar el barro, a esos voluntarios que trajeron sus tractores y todo terrenos de toda España para ayudar a los ciudadanos que lo pedía, a los voluntarios que cada día (y siguen haciéndolo) preparan tapers de comida caliente para los soldados, voluntarios y vecinos que lo necesitan, para esos voluntarios que terminan de trabajar y llenan sus furgonetas para transportar las donaciones a las zonas devastadas, a esos soldados, militares, policías, bomberos, etc que no les permiten ir a ayudar con uniforme y al acabar su jornada se enfundan la EPI y siguen trabajando por los necesitados, a todos los familiares y conocidos que preguntan que necesitan y les compran y les donan electrodomésticos, muebles y enseres del hogar que han perdido, a esos voluntarios que llevan coches que ya no usan para donarlos a los que lo necesitan.

A ese ejército de solidaridad que se ha generado de manera espontanea y que ha superado las expectativas que pudiéramos tener.

No os hacéis una idea de lo que desde todos los rincones de España están preocupados por lo que estamos viviendo. Quizá no lo valoramos en su justa medida.

El pueblo, la gente está muy por encima de estos políticos incapaces e interesados en sacar beneficio ideológico a nuestras desgracias. Pero muy por encima.

De esta situación estamos aprendiendo muchas cosas, y una de ellas es que tenemos una casta política que para nada está a la altura del pueblo al que dicen representar.

Y es que ver como están nuestros pueblos y sus gentes todavía así, te parte el corazón y te hace caer el alma a los pies.

Y es que un mes después sientes la impotencia de que esto se podría haber evitado en buena medida y que se podría haber ayudado muchísimo más a los afectados.

Y es que un mes después me pregunto: ¿Hay alguien al mando de la nave?

Esta foto es de ayer viernes 29 de noviembre en una calle de Paiporta, la calle Cervantes.

No hay derecho amigos. No hay ningún derecho...

Me duele Paiporta, me duele Picaña, Alfafar, Benetuser, Masanasa, Catarroja, Albal, Sedaví, Albal, Beniparrell, Aldaya, Alaquás, Chiva, Algemesí, Utiel, etc. etc, etc.

Me duele mi tierra, me duele mi gente.

PEPE HERRERO

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