Tenemos que hablarlo, y tiene que ser ya.
Hay que establecer el debate de una vez por todas. Que lo sepa todo el mundo: en las fuerzas y cuerpos de seguridad de toda España existe un verdadero temor e inseguridad generalizados a la hora de tomar la decisión sobre utilizar el arma de fuego ante una amenaza real.
Y ese temor viene fundado por las posibles consecuencias judiciales y mediáticas (sobre todo judiciales) que pueden venir Posteriormente.
Hay que tener un protocolo claro para el uso del arma. No se puede estar con lo de siempre, es insuficiente: “el uso del arma debe ajustarse a los principios de congruencia, proporcionalidad y oportunidad”, y no entienden que en una situación de alto estrés, es prácticamente inviable tener la capacidad de establecer un proceso mental para discernir si para la agresión ante la que nos hallamos, el uso del arma es una decisión congruente, proporcional y oportuna.
No puede ser que a la primera de cambio nos veamos imputados por un delito de lesiones graves o de homicidio con todo el perjuicio psicológico que ello le conlleva al agente.
La inseguridad y el miedo se tornan, casi siempre, en la decisión de no usar el arma, y esa decisión a veces tiene consecuencias fatales. Que le pregunten a Juan Cadenas que si le dejaran volver atrás, dispararía o no al agresor que le hizo perder un ojo y toda su carrera profesional.
La imagen que os comparto habla por sí sola: el agente es encañonado y no efectúa ningún disparo. Si el agresor hubiese querido, hoy estaríamos posiblemente lamentándonos de la muerte de un compañero.
Insisto: se necesita un protocolo claro en el que se diga cuándo y cómo utilizar el arma de fuego reglamentaria. Debemos quitarnos el lastre de la inseguridad y el miedo, que lo único que puede conducirnos es hacia la muerte.
